El sábado 17 de julio de este año de 2010 se celebró un nuevo “taller de literatura” dirigido por ALFREDO LÓPEZ-PASARÍN. Como en ocasiones anteriores, el taller comenzó hacia las diez y media de la mañana y se prolongó hasta las seis de la tarde, con un breve intervalo para reponer fuerzas con un delicioso curry nepalí.
Ya que no junto a los “áloes rojos del jardín”, sí a la sombra de los altos ginkos que protegen del sol de julio la terraza de la cafetería, tan próxima al despacho del sensei, nos fuimos reuniendo Cecilia Silva, que llegaba desde Sendai en un tren con parada en Córdoba (no la de Merimé), Yumiko Kuriyama, aún con grado de novicia, Kawakami Shigenobu, calé, el maestro, con sus gafas de sol, Paula Letelier, seda sobre algodón verde, y el que escribe este informe. Nos reunían la amistad y los versos del poeta español Francisco Brines.
A lo largo de estos años Alfredo nos ha hecho recorrer con los ojos que oyen y los oidos que ven centenares de páginas de poetas españoles que bien podemos llamar nuestros contemporáneos. Entre otros, Vicente Aleixandre, José Hierro, Carlos Marzal, Blas de Otero, Luis Cernuda, José Ángel Valente, Jaime Gil de Biedma, Ángel González, Luis García Montero, Caballero Bonald... Tocaba esta vez uno de los poetas predilectos del sensei: Francisco Brines. El libro que leimos tiene el título de “El otoño de las rosas” y apareció en un ya lejano 1986 en la editorial Renacimiento.
Brines, nacido en 1932, es uno de los poetas más representativos de la denominada “generación del 50”. Antes de deshojar la rosa, poema a poema, Alfredo nos preguntó por la impresión que nos había causado su lectura. “No es un poeta hermético”, objetó el sensei. Ahora bien, sobre la literalidad de la anécdota, como cuando las huellas en la arena, el signo se transfigura en rosa, rosa negra, rosa roja, rosa blanca.
El tono es elegíaco. La figura el paso del tiempo. En escena el amor y la muerte.
El maestro se levanta de su silla y dibuja en la pizarra cuatro filas de once rayas. La fórmula, entre mágica y matemática, lo es del ritmo y la medida de la voz poética. Endecasílabos. Pero también alejandrinos y versos de 5, 7, 9 sílabas. Con ellos el autor
– añade el sensei – construye su tono poemático. Como casi todos sus compañeros de generación, Brines acusa ausencias: muy atrás quedaron Dios, la Sociedad, el Hombre, las Ideas y el hipertrofiado Yo romántico. El poema se vuelve conversación, confidencia.
Los temas eternos de la poesía ahora se dicen en voz baja, como al oido. Su metafísica se hace íntima.
Tristeza, pero no desesperación – dice Yumiko. Alfredo desgrana títulos de la obra de Brines: Las brasas, Palabras a la oscuridad, Aún no, Insistencias en Luzbel, Insistencias en el engaño. En “El otoño de las rosas” se deposita el nihilismo que recorre la entera obra del poeta.
“Y escucha, cuando el cielo se apague, el silencio del mundo”. El verso fluye en el oido budista de Shigenobu Kawakami, tan lejos de la palabra de Dios como cerca del vacío.
Un aroma de tardíos jazmines provoca una pasajera alucinación austral en Paula.
El poeta juega al juego trágico de la yuxtaposición de tiempos y se acerca al muchacho que fue para decirle Aún tengo que venir. El poeta se detiene al borde del verso como al borde del abismo. Mira hacia abajo y concluye: o esto que más me apena: ya te has ido.
A la altura del quinto o sexto poema, Días de invierno en la casa de verano, sobre las blusas y camisetas de manga corta los circunstantes lucen chaquetas, rebecas y chaquetillas, con excepción del sensei, que protesta de la ironía : “Horas de invierno en el taller de verano”. El aparato de aire acondicionado marca 27 grados en las alturas, pero a pie de tierra hace un frío que pela.
Víctor presenta un mapa de los sonidos del poema, pero el sensei se remueve en el asiento y asevera que la dispersión de las jotas no permite hablar de aliteraciones. A lo sumo, ecos – apostilla. Se trata sólo de la primera escaramuza.
Y hay, con todo, un calor de vida ya gastada, un secreto entusiasmo de haber sido.
En estos versos queda resumida la reflexión moral y metafísica. Todo terminará en nada, pero no ya el vivir, sino el haber vivido basta.
Curry nepalí y cafés. A Cecilia no le gusta Maradona, pero se emocionó con el beso mediático de Iker Casillas. Alguien apaga un cigarrillo antes de que aparezca la policía de buenas costumbres. Gorliz tiene un bonito paseo marítimo. Marimar no dice “Lhasy coli nashi”.
Lamento en Elca. En el mar interior, aquel cuyas playas van de las columnas de Corinto a las torrres de Benidorm. Lanza el sensei un ergativo sobre las aguas del mar clásico.
Llegan los espías provenzales. Mas aunque así suceda. El único verso que se presenta desnudo de verdad, el único mentiroso, el único verdadero. Collige, virgo, rosas.
MARIMAR: allí. Sostiene una niña que ya tiene nombre. De nuevo, carne,me has herido, y te contemplo y toco, cuerpo mío, de la más negra luz, que hoy a nadie reflejas: esa otra carne que en rara luz se afirma si la sed del espejo la posee....Tu imagen, o ese espectro, niega la realidad que le soporta... y en esa identidad de la inocencia los seres, que la vida simulan, se asemejan, De “Los espejos vacíos”.
A las cinco de la tarde, más o menos, Marimar aparece con no menos intensidad y presencia que la virgen de Lourdes o la de Belén ante los patorcillos.Saca del pesebre a una diosecilla de cabellos noruegos y en el abrazo de sus bracitos nos reduce a enanos deslumbrados por tanta belleza, por el poder de la inocencia. ¡Oh, tú, Amaya, que nunca sabrás del coloquio de los pastores y los reyes postrados, de cómo alabaron tu divina divinidad,que crecerás sin saber que tu olvido es ya memoria de los que te vieron y rieron y sonrieron y te llamaron con todos los nombres que una larga tradición da a la belleza, la alegría y la inocencia!
Erótica secreta de los iguales: y poderosa y dura suavidad se aposenta en la cueva humedecida.
Húmedos endecasílabos. Convinimos en que no hay vulgaridad.Cierto.
Finos adolescentes, las doncellas furtivas. A veces dos, la dicha del amor.
El sensei nos aclara que quienes Llegan, con sus melenas , de otros barrios no son chaperos navajeros, sino versos de antaño, de los que reniega el poeta de 1986.
Y llega, sorda y fría, la ausente luz final, la hueca luz final de su negro aletazo.
Versos escritos sin el más mínimo resquicio a la esperanza o al consuelo, versos escritos de este lado de la muerte, desde la muerte.
Admirable que diga y diga lo mismo de tan distintas maneras- dice Yumiko. Consenso de la admiración exclamativa. Había que leer este libro.Lo hemos leído.
Terminamos la velada literaria en un izakaya. Un hermoso sábado en que
todo es ganado, salvo que he perdido un día de mi vida para siempre.
Queremos volver a reunirnos en otoño. Le hemos pedido a Alfredo que nos hable de lo que ha estado investigando en estos dos años que ha pasado en su país, fuera de Japón.
El sensei nos prometió hablarnos de Teoría de la Literatura. Desde ya invitamos a todos los miembros de Canela a compartir unas horas de nuestro taller. Para participar basta con enviar un email a Víctor Calderón vcalderon60@yahoo.es
Cambiemos de persona del verbo. Alfredo, muchas gracias por tus palabras, muchas gracias por tu hospitalidad y muchas gracias por tu amistad.