Taller de Literatura

De nuevo el despacho del profesor Alfredo López-Pasarín fue lugar de encuentro de los caneleros de la sección de Literatura. Allí estuvimos, además de Alfredo, Paula Letelier, Cecilia Silva, Mayu Kuzumi, Shigenobu Kawakami, Yumiko Kuriyama y la profesora de español e invitada para la ocasión Megan Saltzman y, claro, yo mismo.

¿Cómo definir esa reunión, que, aunque se prolongó más de lo habitual, hizo tan breves las numerosas horas? Pues como una lección magistral, y no hay aquí hipérbole ninguna.

Alfredo, al que solo por amistad así llamamos, pero a quien le cuadra como a nadie el título tan japonés de sensei, hizo una exposición, ya queda dicho, magistral de lo que constituye su novedosa aportación a la Teoría de la Literatura.

Sobre la mesa del despacho palpitaban, por vivas, las antiguas palabras griegas de Aristóteles acompañadas de su traducción al latín y al español. Eran las de su Poética y las de su Retórica.

Después de resumir los capítulos esotéricos de la Poética sobre la tragedia (y volver a llorar la pérdida de los de la comedia, pues cuando se pierde la risa no quedan sino lágrimas) y antes de entrar en el detalle de los exotéricos de la Retórica, Alfredo abrió el volumen que contiene la Epístola que escribiera Horacio a los Pisones hace dos mil años.

Tanto años, tantos ojos que habrán pasado sobre aquellas palabras. Entre ellas Aristóteles nos dejó la de “mímesis”. Que la literatura imita las acciones humanas ha sido creencia fundacional del pensamiento occidental y por tal se tuvo por lo menos hasta el siglo XVIII.

También las de “poiesis” o “catarsis”. O “fábula”, concepto que recuperaron dos mil años después los formalistas rusos. Peripecia, agnición, lance patético, temor, compasión, yerro, tragedia, verosimilitud, necesidad...

Alfredo sigue haciendo el relato de la fortuna de la literatura: res-verba, ars-natura, docere-deleitare,... persuadere. Y entonces pronuncia el nombre de una isla: Sicilia. La democracia da origen a la retórica. Las palabras mueven. Pero mueren con Cicerón en el último acto de la República. La libertad, sin embargo, encuentra su refugio en la epidíctica, en el estilo. Los púlpitos sustituyen a las asambleas y la retórica hace su camino entre escolásticos y humanistas, clasicistas y neoclásicos y así hasta que los jóvenes airados del XIX rompen cristales, tal vez hartos de la esterilidad de los catálogos. El XX pondrá en pie los viejos conceptos renovándolos: es la hora de la neorretórica.

El maestro toma entre sus manos los tres volúmenes del Manual de Retórica Literaria de Heinrich Lausberg y escribe en la pizarra “entimema”, ya que Sócrates era mortal.

Del ornato de los tropos y figuras nos lleva hasta el concepto fundamental de “desvío”, fundamental porque – nos dice – si no hay desvío, no hay percepción.

Paul Valéry mientras Moscú y San Petersburgo son círculos en vísperas de la revolución.

Se suceden las escuelas e imaginamos a Alfredo descifrando el zodiaco de los signos la noche en que el planeta Plett describe su órbita ante sus ojos asombrados. Y del asombro a la lucidez: TODO FENÓMENO ESTILÍSTICO ES UNA FIGURA.

Alfredo ha diseñado nada menos que un nuevo modelo para el análisis de los poemas, y lo ha sometido a prueba. “Unas pocas palabras” de los Poemas de la consumación de Vicente Aleixandre han encontrado (inventio) a su mejor lector: Alfredo López-Pasarín sensei.

Fuimos a celebrarlo a una taberna y, por supuesto, brindamos no con la copa de Ares, sino con el escudo de Dioniso.

El próximo taller se celebrará el 16 de abril de 2011. Se harán la lectura y análisis de Primer y último oficio del poeta español Carlos Sahagún.

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